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sábado, 2 de abril de 2011

La homilía que no podréis escuchar este domingo

IV domingo de Cuaresma. A
El ciego de nacimiento
Nos encontramos en el IV domingo de cuaresma, ya hemos superado el ecuador de la misma, el camino hacia Jerusalén, acompañando a Jesús sigue avanzando, cada vez con paso mas firme, seguro de que vamos por buen camino. El señor nos pide un alto en el camino, para reposar, para volver la vista atrás y coger fuerzas, hoy, en la eucaristía, con su palabra y su cuerpo rehace nuestras fuerzas y nos llena de su amor.
En la primera lectura del Libro de Samuel, escuchamos la elección del Rey David, el pequeño de ocho hermanos. Frases que me llaman la atención:
«Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón»
«En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor»
Samuel tiene un criterio, cree que…, el elegido es…., pero, no es el criterio del Señor. 
Un tanto por ciento de lo que vivimos nos entra por los ojos. ¿Que es lo que ven nuestros ojos? Por la mirada vemos lo que el Señor ha designado como la “apariencia”, lo externo de nosotros y de los demás. Pero a esta mirada, nosotros podemos ver algo más. La mirada esta inducida por lo que pensamos, por ejemplo, puedo ver a una persona de buen parecer, pero alguien me dijo que no fiara de ella. Cuando esto pasa mi mirada no es limpia, transparente; es como si viera tras un cristal de color a aquella persona. O es joven, o mayor, representa a una institución, es de un partido, tiene esa mentalidad, es una persona religiosa. Todos los adjetivos que ponemos a alguien son cristales que nos alejan de “poder ver” a aquella persona. La misma experiencia pero al revés, hay personas que las vemos como tales, como son. Sin “cliches”, quienes son? son las personas que amamos, claro en ellas, el único “cliche” que tenemos, es “verles” el corazón, incluso a la persona amada no necesitamos ponerle adjetivos. Maria, Juan, Francisco, Laura, no necesitamos saber si son altos o bajos, simplemente, al verles, nuestra mirada busca su mirada. Las miradas se penetran y se conectan nuestras personas.
Que ve el Señor? Vé nuestro corazón. La Biblia nos habla de la mirada de Dios, de la mirada de Jesús. Jesús quiere que nuestros ojos se crucen con los suyos. Cuando no queremos “ver” a una persona, bajamos la mirada, la evitamos. Algo hay en nosotros que no nos deja ser libres ante tal persona. Incluso con Dios, en nuestra oración bajamos los ojos. En otros momentos, ante un crucifijo, una imagen, ante el sagrario, nuestros ojos se fijaran en su mirada. Pues Dios no necesita filtro para vernos. Va directo al corazón.
Cuando nuestra mirada a los que nos rodean, a nuestro alrededor es una mirada purificada somos hijos de la luz y nuestros frutos como nos decía la segunda lectura son «la justicia, la bondad, la verdad».
¿Quien nos puede aportar esta luz?
En el evangelio vemos como la enfermedad, en tiempos de Jesús, se leía como un castigo por parte de Dios. Tu o tus padres han pecado, este es el fruto del castigo. Jesús no quiere entrar en esta espiral sin sentido, la enfermedad es consecuencia de nuestra humanidad, una humanidad, evidentemente aplastada por el pecado. Ante esta humanidad dañada, Jesús la restituye, la levanta, la limpia, la purifica, la recrea. Una humanidad tocada por este hombre-Dios, Cristo, evidentemente se transforma. Si el hecho de estar curado quiere decir que los pecados te son perdonados, pues ahí va, queda curado. Para Jesús la importancia no esta en la enfermedad, en la salud del cuerpo (que también) Jesús quiere nuestra salvación, que el pecado, que nada de nada, nos pueda apartar del amor de Jesús.
Que hace Jesús? No utiliza signos mágicos, no. Jesús utiliza su humanidad, saliva y tierra. Usa signos visibles, pero para hacer experimentar una realidad que no vemos. Los signos visibles harán unos efectos invisibles. Cuales? Que vea, no. Lo que no ven nuestros ojos es el “chute” de fe que Jesús le concede. Las miradas se han cruzado. La mirada del ciego ha tenido que purificarse, dejarse enamorar por Jesús. Así le “envía”, “siloé”. Enviado en misión, para que sea testimonio. De que? De la experiencia que ha tenido con Jesús. Pero esta luz que lleva dentro tropieza con las sombras, la noche. Ya lo dijo Jesús «se acerca la noche». En las tinieblas no se puede uno liberar, quien esta en la oscuridad, es como si hubiera bajado la mirada, no ve mas allá de los adjetivos calificativos. Solo ven lo que ven. No ven lo que no se ve. No son capaces de llegar al corazón del ciego, de ver su experiencia de fe. De reconocer en el una nueva creación. Sus padres simplemente dicen que es hijo suyo, pero desconocen que le ha pasado. Ya no es la fe de sus padres, es la suya, la que Jesús le ha inyectado. Pero el ciego no ha llegado, aún, a la madurez, solo le confiesa como profeta. El proceso no ha terminado, le falta mucho camino por andar, muchos otros “signos” por recibir.
Hoy en día quien apoya la decisión de un joven, de una pareja joven, la opción de creer? En según que ambientes debemos esconder nuestra fe, para que no nos la fusilen. No me digáis que hoy en día no es más fácil ir por la vida sin creer. Hay tantas cosas que nos apartan de la fe: “que no los ves…”, nos dicen! Pues no. Pero quien es el ciego?
Ciertamente para tener fe, hay que ver! Cruzar nuestra mirada con la de Jesús, así como su mirada va directa a nuestro corazón, la nuestra también debe fijarse en su corazón, ver, donde otros no ven. Esto debe provocar en nosotros un cambio, un cambio que otros no aceptaran, no sabrán ver. Un cambio de vida. Un cambio que exigían las primeras comunidades cristianas al dar el paso de la fe. La profesión de fe exige ese cambio. La renovación de las promesas bautismales que celebraremos en la próxima vigilia pascual, deben limpiarnos de aquello que no nos deja ver, y provocar en nosotros un cambio, no tanto por fuera como sí por dentro.

Que Dios les bendiga.
Pere.
PD: os sugiero rezar un momento con las palabras del prefacio, propio de este domingo.
Porque Cristo nuestro Señor se dignó hacerse hombre para conducir al género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los que nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el bautismo y los transformó en hijos adoptivos del Padre. 

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